Estaba
preparando su equipaje
con una consigna pía
de irse pronto de viaje.
En eso llegó Calaca
diciéndole en maridaje:
-Lo siento mucho, mi flaca,
no se para el engranaje
ya guarda tus envoltorios,
porque ya llegó Carlitos.
-¿Cuál de todos, cual de todos?
-El de Los Mil y Un Velorios.
-Queridísimo Monsiváis
hasta que por fin se me hizo
preguntarte ¿a dónde váis
con ese libro que quiso
enderezar los entuertos
que causa la especie humana
de esa región mexicana
que nos manda tantos muertos?
Y ya que crónicas hablamos
Carlitos, no nos quedemos,
súpitos como marranos
tirados en su chiquero,
comienza a escribir te pido
Los Mil y Un Garabatos.
-No puedo- contestó Carlos-
Extraño tanto a mis gatos.
Y en curiosa procesión
se les mira a los mininos
con Carlos a la cabeza
enseñándoles pininos
en el terreno del Hades,
-Carlos, Carlos, no te enfades,
Es de gracia natural
ver alejarse a Carlitos,
entre maullido y maullido
que lanzan esqueletitos
de tan pequeño animal,
uno y otro, repetidos,
perdidos en el umbral
de los que yacen dormidos
entre lápidas marmóreas,
que
celebran con estentóreas
carcajadas ñaca ñaca.
Y antes de que el hueso salga,
sobresalga como un alga
-¿Cómo nalga?- Como un alga,
¿a dónde váis que más valga,
Carlos, el de los velorios,
-¿Cómo que a dónde? ¿No sabes?
A dónde se dan jolgorios
y no tristezas ni enclaves.
-Pues que te vaya muy bién.
-No te me entusiasmes tanto,
acá te espero también,
en tierra de camposanto.
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