“El barrio viejo de mis recuerdos”, de José Luis Domínguez
Por: Juan Ramón Camacho R.
Éste no es únicamente un libro de relatos atados como cuentas de rosario. Es más que un texto de memorias. Es un autorretrato, cuyas pinceladas se trazan con verbos y adjetivos en un lenguaje nostálgico, con referencias a situaciones, personajes y cosas que en conjunto dibujan el perfil de un hombre que ha querido recordar los tiempos de su infancia, desde los cuales logra una justificación para su afán de escritor.
Gracias a la maestría con que logra manejar la escritura, José Luis Domínguez, nos ofrece una pieza compleja –más no difícil- que nos lleva a un pasado que, de una u otra manera, nos interesa a todos: el pasado donde nuestra infancia reclama uno que otro recuerdo.
Todos tenemos un barrio viejo, donde crecimos y aprendimos las primeras lecciones que suele dar esta severa maestra que se llama vida. El barrio viejo es de cada uno, el ambiente donde comienza nuestra vida.
Todos tenemos un rumbo –como llama José Luis a su barrio- que anduvimos de niños, en compañía de familiares y amigos, de mascotas y sueños, corriendo y saltando, huyendo y persiguiendo, golpeando y siendo golpeados, para después, con el paso de los años, recordar y ser recordados.
El barrio viejo de José Luis es, al final, el barrio viejo de todos, por ello este libro es de todos y para todos. Es un texto que nos invita a recordar nuestras propias experiencias de infancia a través de las experiencias del autor.
Las vecindades, los portales, las ventanas, las esquinas, los personajes y sus historias; todo lo que termina por darnos una identidad que al paso del tiempo es necesario escudriñar para recuperar lo que desde el ayer nos ha dejado aquí. Somos todo eso, y en nuestra memoria nos reencontramos con sentimientos que hacen posible revivir lo que nos viene de tan lejos.
La circunstancia anecdótica y la reseña que ondea como crónica nos acercan al Barrio Viejo, con sus personajes relacionados de inmediato con el autor, quien consigna la aventura, el miedo, el dolor, la suerte, la vida, la distancia, la algarabía, la muerte…
El Barrio Viejo como el escenario para las vidas de tantos, con sus gracias y desgracias, con sus ventajas y desventajas; en sí, el Barrio Viejo como un sitio donde la oportunidad hace crecer, el punto de partida donde al final convergen los recuerdos y en donde somos capaces de recuperar consciencia de lo que somos.
El libro es testimonio de José Luis, el hijo de Marte, niño introvertido, travieso, enriquecido por la experiencia de ser niño en el Barrio Viejo, donde aprende de la vida y de la muerte, donde llega a saber del tren y de helicópteros, de ferias patronales y de “cocos” aterrorizantes; así también sabe de borracheras, de cine y radio, de revistas y músicos.
Astrólogo, numerólogo, historiador, cronista y algo más, José Luis Domínguez nos lleva a su pueril época, con la destreza que tiene sobre el lenguaje escrito. Nos muestra, como ya dije, su autorretrato a través del relato circunstancial transformado en testimonio.
Entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la certeza del dato consignado y la reminiscencia de la infancia, José Luis nos lleva al Barrio Viejo (de Cuauhtémoc, Chihuahua) y su pulso cotidiano. Se revive la época, el contexto de una vida que recién comienza, contribuyendo a nuestra historia comunal, la cual no sería sin la particular historia de cada hogar y de cada niño que aún habita en nosotros.
Hay narración, recuento de experiencias, relato de circunstancias, pero igual José Luis se confiesa con el lector, abriendo profundas huellas de su pasado. Esta generosidad (psicológica-literaria) brinda un valor especial a la obra. ¿Y qué es la literatura si no el movimiento natural del alma para salir ante los demás, justificando su ser –su ser que es sentir-? No podemos esperar menos de un escritor consumado y prolífico, orgullo cuauhtemense.
El mundo del niño: los dulces, la maestra, los hermanos o hermanas, las fotografías, las películas, los desfiles, las navidades, los curas, el anciano de la calle, los carros de publicidad, los juegos de banqueta y los de mesa, los fantasmas, los adultos, los héroes, los juguetes. Todo esto en un escenario: el Barrio Viejo. Todo con el relato de quien sí sabe relatar, pero sobre todo, de quien lo vivió. Se trata de un valioso testimonio, no sólo para los hijos del autor, sino para cualquiera que quiera conocer al Cuauhtémoc de aquellos tiempos.
Una vida que no se agota con el tiempo; una vida que crece con el tiempo...; y un tiempo que es preciso para considerar la vida.
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